miércoles, abril 24, 2024

Senadora Josefina Vázquez Mota para referirse a un punto de acuerdo por el que se solicita la comparecencia del secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo

Intervención en tribuna de la senadora Josefina Vázquez Mota para referirse a un punto de acuerdo por el que se solicita la comparecencia del secretario de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo Montaño.

 

 

Muy buenas tardes senadoras, senadores.

Con su permiso, presidenta.

Frente a la tumba de un soldado es tiempo de preguntarnos si optamos por la indiferencia, por el silencio o, peor aún, por su desprecio.

Son muchos quienes ya han perdido la vida y muchos otros quienes han sufrido severos daños para siempre, el contraste, lo sabemos, es brutal.

Por un lado, aparece en las primeras planas los rostros, los nombres, los apodos de los capos y miembros del crimen organizado; sin embargo, los nombres, las historias de mujeres y hombres que yacen en una tumba por el cumplimiento a su deber, simple y sencillamente en la gran mayoría de las ocasiones son ignorados.

Todos ellos, al igual que nosotros, tienen familias, muchos más son padres o madres, y casi nadie, con muy pocas excepciones, se preguntan por sus necesidades, por sus hijos y también por su dolor.

El Ejército mexicano es, quizá, la institución más prestigiada de entre todas las que conforman el Estado mexicano, lo es por mérito indudable, lo es por su lealtad a toda prueba, y lo es por su compromiso y su amor a México.

Se trata de personas que también tienen familia, que son el hijo de alguien, el padre de alguien, la hermana o el hermano de alguien, el esposo o la esposa de alguien; sus muertes han implicado un dolor enorme para ellos y sus familias.

Me decía recientemente la hija de un militar: “Somos los hijos nómadas porque nunca estamos suficiente tiempo en un lugar, y en cuanto cambian a nuestro padre, a nuestra madre toda la familia se marcha sin importar las raíces o la historia que construyó con antelación. La angustia que vivimos frente a los operáticos es inmensa, y cuando se despiden de nosotros sólo sabemos, o lo único que sabemos es que no sabemos si van a volver, y nos volveremos a ver o nos volveremos a abrazar”.

Pero resulta que a nuestras Fuerzas Armadas les encargamos casi todo, nuestras vidas, los desastres naturales, incluso nuestros votos cuando resguardan los procesos electorales. Les encargamos retenemos carreteros, aeropuertos, puertos, aduanas, terminales de autobuses y también la repartición de los libros de texto.

Quienes hemos vivido un desastre natural lo sabemos muy bien, no hay una sola reconstrucción si no es con la presencia, la ayuda y la entrega de ellos.

Al paso de una tormenta, de un huracán, de un sismo está el trabajo y la coordinación de las Fuerzas Armadas.

También reparten despensas, láminas, materiales de construcción, abren albergues y cuidan a enfermos.

Los operativos para detener a los más peligrosos criminales suelen estar a su cargo, por cierto, se les exige operar sistemas de inteligencia y de investigación; pero cuando por algún motivo fallan son los primeros acusados de complicidad con los criminales, o los primeros acusados de atropellar los códigos establecidos.

Quiero invitarlos a todos a una reflexión.

¿Qué pasaría un solo día en nuestro país con el retiro de todas las Fuerzas Armadas?

Que las Fuerzas Armadas regresaran, ahora muchos de ellos en la Guardia Nacional, y que le tuviéramos que avisar a todas y a todos los ciudadanos que nadie vigila las calles ni los retenes ni los aeropuertos ni las aduanas ni tenemos a quién buscar frente a los desastres naturales.

Tal vez pensar un día sin las Fuerzas Armadas nos ayudaría a dimensionar la presión y la exigencia a la que los tenemos sometidos.

Como sociedad tenemos que reconocer qué tanto hemos hecho o dejado de hacer por quienes, con apego a la ley, a los derechos humanos, hoy están en una tumba.

Nos lastima ver a las Fuerzas Armadas a empujones, atropelladas en su dignidad y también en su honor.

Coincido con quienes hablan de reconciliación.

Coincido con quienes hablan de la urgente necesidad de conciliar.

Pero cómo conciliar cuando desde los primeros minutos del día se adjetiva y se separa con la palabra.

Cómo conciliar a una nación de diversidad cultural ideológica cuando se divide en buenos y malos, en conservadores o en aliados.

Todas y todos tenemos que hacer un esfuerzo extraordinario si realmente queremos volver a mirarnos y volver a encontrarnos en un mismo país y en un mismo espacio, particularmente hoy quienes tienen el deber y el mandato de gobernar.

La ley de los violentos no puede seguir imponiéndose a la ley que salvaguarda la vida de nuestras familias ni a recibir a los alcaldes y a las alcaldesas con gases lacrimógenos como respuesta ni tampoco en la palabra que divide y que agravia.

No, no pedimos represión.

No estamos de acuerdo con el abuso de poder.

No apoyamos el autoritarismo.

Lo que exigimos es el uso de la fuerza que tiene como mandato y soporte en la ley para garantizar nuestra seguridad.

Y termino como empecé.

Frente a la tumba de un soldado, frente a la tumba de una mujer de las Fuerzas Armadas, cuáles son, cuáles han sido y cuáles serán nuestras respuestas. Y de ellas y todos nosotros tendremos que hacernos cargo.

Es cuanto, presidenta.

–ooOoo–

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